jueves, 29 de abril de 2010

Con Hitchcock en los talones

La primera vez que visitó Hollywood, en 1940, fue rechazado por casi todos los grandes estudios de cine, al considerar que no podría hacer una película hollywoodiense.

Finalmente, el afamado productor estadounidense David O. Selznick le ofreció un contrato de siete años en su estudio. Su primer proyecto iba a girar sobre el Titanic, pero Selznick desechó la idea porque "no se pudo encontrar un barco para hundir".


Decidió entonces asignarle la dirección de “Rebeca” (1940), película que obtuvo 2 galardones y 9 nominaciones más en la ceremonia de los Premios Oscar.

Así comenzaba en Estados Unidos la carrera cinematográfica como director de Alfred Hitchcock.


Nacido en Leytonstone, Londres, el 13 de Agosto de 1899, Alfred Joseph Hitchcock creció en una muy estricta familia católica. Su primer trabajo fuera del negocio familiar fue en 1915 como perito para la Henley Telegraph and Cable Company, pero en esta epoca ya empezaba a interesarle el mundo del cine.

Alrededor de 1920 consiguió un empleo como diseñador de títulos en un estudio cinematográfico de Londres. Ya como asistente de dirección, tuvo que terminar él mismo el corto “Always tell your wife” por caer enfermo su director. Los jefes del estudio, impresionados por su buen resultado, le dieron su primera oportunidad en la dirección con un nuevo corto: “Number 13”, trabajo que Alfred no pudo acabar por el cierre del estudio en Londres.


Hitchcock fue entonces empleado por Michael Balcon para trabajar como director auxiliar en la compañía que más adelante se conocería como Gainsborough Pictures. Aquí realizó, además, tareas de guionista, diseñador de títulos y director artístico.

Finalmente, en 1925, tuvo la ocasión de dirigir su primera película, una coproducción británico-germana titulada “El jardín de la alegría”. En 1926, ya dejó su primera marca personal dirigiendo “El enemigo de las rubias”.

Patricia y Alma Reville

Ese mismo año contrajo matrimonio con Alma Reville, montadora y guionista, con la que tuvo a Patricia, su única hija, quien aparecería más adelante en títulos como “Pánico en la escena”, “Extraños en un tren” o “Psicosis”.

Alfred continuó cosechando éxitos con una serie de películas en Inglaterra como "Alarma en el expreso” (1938) o “La posada de Jamaica” (1939), títulos que también triunfaron en América.

David O. Selznick, Joan Fontaine y Alfred Hitchcock 

Fue entonces cuando David O. Selznick se puso en contacto con él, trasladándose Hitchcock a los Estados Unidos para dirigir una adaptación de "Rebeca", una maravillosa novela de Daphne du Maurier.

Un gran trabajo del director inglés que, con el resto de su filmografía en América, ha pasado ya a la historia del cine.


El miedo no es tan difícil de entender. Después de todo, ¿no nos asustábamos todos cuando éramos niños? Nada ha cambiado desde Caperucita Roja frente al lobo feroz. Lo que nos asusta hoy es exactamente el mismo tipo de cosas que nos daba miedo ayer. Es sólo un lobo diferente

Hitchcock a menudo utilizó la figura del “hombre equivocado” como tema central de sus películas. “Yo confieso”, “Falso culpable” o “Con la muerte en los talones” son buena prueba de ello.


Otro motivo recurrente en sus films era el del asumir una identidad a cambio de la propia, como es el caso de “Vértigo”, “Psicosis” o “Marnie, la ladrona”.

Trabajó frecuentemente con el montador George Tomasini, el compositor Bernard Herrmann, la diseñadora de vestuario Edith Head y el director de fotografía Robert Burks.

Al actor James Stewart le hizo protagonista de cuatro de sus films: “La soga”, “Vértigo”, “La ventana indiscreta” y “El hombre que sabía demasiado”, siendo esta última un aceptable remake del film que el propio Hitchcock había dirigido con el mismo título en 1934.


“Sospecha”, “Encadenados”, "Atrapa a un ladrón" y “Con la muerte en los talones” tenían como protagonista a Cary Grant, actor al que Hitchcock admiraba especialmente, y a cuyos personajes otorgó ese cierto toque cómico que el espectador, de alguna manera, esperaba siempre de Grant.

Hitchcock en “Atrapa a un ladrón”

Otros actores con los que repitió en sus rodajes fueron Gregory Peck (“Recuerda y “El proceso Paradine”), Joseph Cotten ("La sombra de una duda" y "Atormentada") o John Forsythe (“Pero ¿quién mató a Harry?” y  “Topaz”).

Las rubias son mejores víctimas.
Son como la nieve virgen que muestra las huellas sangrientas


Imprescindibles las mujeres rubias en las películas de Hitchcock: Madeleine Carroll, Janet Leigh, Eva Marie Saint, Kim Novak o Doris Day .

Trabajando también con algunas de ellas en más de una ocasión, como fue el caso de Grace Kelly (“Atrapa a un ladrón”, “Crimen perfecto” y “La ventana indiscreta”) o Tippi Hedren (“Marnie, la ladrona” y “Los pájaros”).


Y Vera Miles, que si bien en "Psicosis" se veía relegada a un segundo plano como hermana de Janet Leigh, en "Falso culpable" brillaba por su magnífico papel como la mujer de Henry Fonda, víctima indirecta de la trama del film.

Hitchcock también rodó más de un título con actrices como Joan Fontaine ("Rebeca" y "Sospecha") e Ingrid Bergman ("Recuerda", "Encadenados" y "Atormentada").


Imprescindibles también fueron sus fugaces apariciones en casi la totalidad de las películas que dirigió. Dándole incluso a estas apariciones un toque más o menos divertido y, en cualquier caso, más que curioso.


A Alfred Hitchcock no le gustaba rodar en exteriores. Prefería hacerlo en el estudio, donde tenía control total de la iluminación y demás factores. En muchos de sus films, más sobresaliente en los de blanco y negro, utilizó las sombras para crear suspense y tensión.

La escena del vaso de leche en “Sospecha” o la sombra de los títulos de crédito iniciales de “Sabotaje” son ya clásicos de la historia del cine.


Es una buena película cuando el precio de la entrada,
el de la cena y el de la niñera valieron la pena

Premio Irving Thalberg al conjunto de su carrera en 1968 en la ceremonia de los Premios Oscar, nunca obtuvo uno de estos galardones como director.

Aunque sí fue reconocido en un total de cinco nominaciones a esa estatuilla: “Rebeca”, “Naúfragos”, “Recuerda”, “La ventana indiscreta” y “Psicosis”.


No hay terror en la explosión, sólo en su previsión

En dos ocasiones (“Vértigo” y “Con la muerte en los talones”) obtuvo la Concha de Plata en el Festival de San Sebastián, siendo nominado en otras tres (“Encadenados”, “Yo confieso” y “El hombre que sabía demasiado”) en el Festival de Cannes y en una más (“Atrapa a un ladrón”) en el Festival de Venecia.


Premio Cecil B. De Mille en los Globos de Oro, fue nominado además en estos galardornes por “Frenesí”, siéndole otorgado finalmente el Globo de Oro por “Alfred Hitchcock presenta”, trabajo por el que fue también reconocido en los Premios Emmy con dos nominaciones más.


A finales de los años 60 y principios de los 70, el ya mundialmente reconocido director prestó su nombre y su imagen a una serie de libros dirigidos al público juvenil. Llevaban el título genérico de "Alfred Hitchcock y los tres investigadores" y el propio director escribió el prólogo de algunos de ellos.


El 29 Abril de 1980, desde Los Ángeles (California), nos decía adiós el indiscutible mago del suspense. Hoy, 30 años después, le siguen descubriendo los que aún no le conocían.

Y los que hemos tenido la satisfacción de revisar sus películas, una y otra vez, desde hace ya muchos años, le seguimos considerando no sólo como un gran cineasta, sino también como un gran conocedor del espectador cinematográfico.


Un espectador que llegaba a sentir las mismas emociones que el personaje hitchconiano de turno. Ése que Hitchcock había elegido para mantenernos en vilo durante el metraje de su película.

Por todo ello, gracias, maestro.


Para hacer una buena película se necesitan tres cosas:
el guión, el guión y el guión
(ALFRED HITCHCOCK)

lunes, 12 de abril de 2010

Stan y Jerry

Hoy “La Gran Pantalla” cumple un año. Y Jerry Lewis me ayudó entonces a inaugurarla. Por eso, he querido que sea también él quien aparezca en esta entrada. Pero esta vez a través de su enriquecedora experiencia al conocer y entablar una estrecha amistad con otro grande de la comedia, Stan Laurel.


En su entrañable autobiografía “Jerry Lewis por Jerry Lewis”, libro que desde aquí recomiendo a los que, como yo, consideran a este actor como un completo y gran artista, Jerry nos cuenta cómo conoció personalmente a su admirado Stan Laurel.

En 1959, durante la fase de montaje de su película “El botones”, Lewis se encontró por casualidad con el también actor Dick Van Dyke, quien le comentó que Stan Laurel no se encontraba bien, que no tenía nada grave pero estaba triste.


La muerte, dos años antes, de su gran amigo Oliver Hardy había provocado en Stan un gran bajón emocional.


Dick Van Dyke conocía personalmente a Stan Laurel. Éste incluso le había orientado, y después halagado, en la imitación que de él hizo Van Dyke en un show televisivo.

Dick sugirió a Jerry que le llamara por teléfono, seguro de que a Stan le encantaría oírle. Al objetar Jerry no querer importunarle, por no conocerse personalmente, Dick afirmó: “Es el mismo tipo encantador que conocemos desde pequeños por sus películas. Créeme, tendréis muchas cosas de qué hablar”.


Aquella misma semana, Jerry le llamó. Le confesó que admiraba su obra y que le encantaría saber su opinión sobre un guión que acababa de escribir. A Stan le entusiasmó la idea y le citó en su casa para ese mismo Domingo.


Laurel vivía con Ida, su mujer, en un pequeño apartamento de aspecto muy náutico: miniaturas de balleneros, un reloj de barco colgado en la pared… Y, al final del cuarto de estar, una magnífica ventana sobre el océano. “Es una hermosa piscina… Me paso las horas muertas mirando al mar, para ver alguna sirena. Pero nunca aparecen”, le comentó Stan a Jerry.

Al enseñarle Lewis su guión de “El botones”, Stan le dijo que se sentía halagado si había escrito un papel para él, pero que no podía volver a trabajar. Jerry le explicó que su deseo era que le hiciera comentarios sobre el guión. Stan accedió encantado.


Tras cuatro horas de estimulante conversación, en las que Laurel le habló de cómo empezó a trabajar en comedia al reemplazar a un actor de la compañía teatral de su padre, y cómo lo llegó a aprender todo de éste, Jerry fue de nuevo invitado por Stan para la semana siguiente.


Yo he intentado hacer reir a la gente. Era mi trabajo. No he pretendido cambiar el mundo. Lo único que he pretendido es divertirme y dar diversión a los demás

Los tres posteriores días a la primera visita los dedicó Jerry al montaje de “El botones”. Y aunque estaba concentrado en su trabajo, no podía olvidar los ojos tristes de Stan. El mundo de Hollywood no le había homenajeado como él se merecía, nadie recordaba en su justa medida sus grandes aportaciones a la industria cinematográfica.


¡Menuda pareja, Stan Laurel y Oliver Hardy! Eran tan extraordinariamente originales, tan divertidos, que en ocasiones me quedaba toda la noche en vela viendo y volviendo a ver sus dos o tres películas principales. Y cada vez descubría una nueva faceta, un nuevo giro, un nuevo detalle. Eran, y son, quiméricos y simpáticos como un recuerdo antiguo…
(Jerry Lewis)

A la semana siguiente, tal como habían quedado, volvió Jerry a visitarle. Mantuvieron otra larga conversación en la que Laurel le habló de sus viejos tiempos, de cuando actuaba en los music hall ingleses, de su fructífera carrera con Oliver Hardy…


Y le entregó a Jerry el guión con sus anotaciones añadidas en los márgenes y brillantes comentarios y observaciones.

Jerry entonces le pidió que trabajara con él. Le ofreció un puesto en su empresa, como asesor técnico. Pero Stan lo rechazó. No podía creer que Lewis le necesitara verdaderamente.

Antes de irse, Jerry le invitó a cenar a su casa. Stan se lo agradeció pero le dijo que prefería no salir. No quería que nadie le viera así. Quería que le recordaran como en las películas, sobre todo los niños.


En 1960, Jerry Lewis estrenaba “El botones“. Una pequeña obra maestra, hecha a base de ingeniosos gags, en la que brillaba por derecho propio uno donde aparecía el actor Bill Richmond con el mismo aspecto de Stan Laurel.


Jerry, finalmente, decidió incluirle en su película. Y así se lo transmitió a él.

En 1961, Stan Laurel recibía un Oscar Honorífico "por su pionera creatividad en el campo de la comedia cinematográfica”.

Durante los últimos cinco años de su vida, Stan le enseñó a Jerry muchas cosas valiosas y le traspasó sus conocimientos del mundo de la comedia cómica.

Gracias, Jerry, por compartir con nosotros esta maravillosa historia.


Y gracias, Stan, por aportarle al séptimo arte tu mágica humanidad.

Yo siempre he interpretado mi papel de idiota desde mi propio punto de vista sobre la vida: una grande y sombría tormenta en la que aparece repentinamente el brillo de un arco iris de risas.
Por  eso, mi tipo de creador cómico favorito es el que puede pasar rápidamente de lo negativo a lo positivo. Por ejemplo, Stan Laurel; era un genuino genio de la comicidad, el arquetipo del hombre que se mete en líos, el que se enfrenta al tipo de la chistera negra, que es el típico malo de la película… El tipo de la chistera es nada menos que el millonario director de banco que le tiene la casa hipotecada. Entonces… ¡a por él! ¡A tirarle el sombrero con una bola de nieve!
(JERRY LEWIS)