Jeff Wilson, joven gerente de un circo, y Julie Randall, la bella domadora de caballos, están enamorados. Con el fin de casarse, él consigue un crédito para optar por la compra del circo. Al abrir la caja de la recaudación del día, Jeff es atracado, llevándose los malhechores su dinero. Antonio Pirelli (Chico), su mejor amigo y responsable de la seguridad del circo, telegrafía a Cheever Loophole (Groucho), famoso abogado, para solucionar el problema. Con la ayuda de Pirelli y de Punchy (Harpo), Loophole intenta descubrir la identidad de los ladrones. Aparece entonces en escena la Sra. Dukesbury, la viuda más rica de Estados Unidos. Por supuesto, Margaret Dumont.
El 20 de Octubre de 1939, hace hoy 70 años, tuvo lugar el estreno de “Una tarde en el circo”. Producida por Mervyn Leroy para la Metro Goldwyn Mayer, la película contaba en su reparto con Chico, Harpo, Groucho y… Margaret Dumont.
El director de esta divertida comedia, Edward Buzzell, era un antiguo actor de vaudeville que había aparecido anteriormente en algunas comedias de Broadway y en varias películas de finales de los años veinte. Y, casualmente, en más de una ocasión había compartido ya cartel con los Marx en los circuitos teatrales.
Para el guión de esta película, originalmente llamada “A day at the circus”, fue elegido Irving Brecher, quien siguió básicamente el esquema de “Un día en las carreras”, en especial en cuanto a los personajes que encarnan los Marx. Chico es amigo del protagonista y manda llamar a Groucho, que en este caso es abogado en lugar de veterinario mientras que Harpo, una vez más, está al servicio de uno de los malos. En cuanto a Margaret Dumont, interpreta esta vez a la tía de la protagonista, la acaudalada señora Dukesbery y, aunque aparece transcurridos 50 minutos, su presencia resulta, como siempre, esencial.
LOOPHOLE: “Ya has olvidado aquellas noches en la Riviera cuando los dos contemplábamos el cielo. La luna se bañaba en el Mediterráneo. Éramos jóvenes, alegres, inocentes. La noche en que bebí champagne en tu zapato… Dos litros. Hubiera cabido más, pero llevabas plantillas. ¡Oh, Hildegarde!”
Sra. DUKESBURY: “¡Me llamo Susanna!”
LOOPHOLE: “¡No lo estropees! ¿No te basta con haber matado algo sublime y bello? ¡Susanna! ¡Oh, Susanna! Tú confía en mí, necesito diez mil dólares aunque no son para mí”
LOOPHOLE: “¡No lo estropees! ¿No te basta con haber matado algo sublime y bello? ¡Susanna! ¡Oh, Susanna! Tú confía en mí, necesito diez mil dólares aunque no son para mí”
Sra. DUKESBURY: “Salga usted de esta habitación o tendré que llamar a los sirvientes”
Un dato curioso de “Una tarde en el circo” es la colaboración, sin acreditar, de Buster Keaton. Aunque esto no llegó a hacerse público, Keaton trabajó en esta película como creador de gags. Su carrera en el cine ya había finalizado y sus gags, complejos y elaborados, no acababan de cuadrar con el tipo de humor de los hermanos Marx. Cuando Groucho le mencionó a Buster lo inapropiados que eran sus gags para ellos, Keaton respondió: “Sólo hago lo que el señor Mayer me ha dicho que haga. Vosotros, chicos, no necesitáis ayuda”.
“Una tarde en el circo” cuenta con cuatro canciones principales en su banda sonora. Harold Arlen y Yip Harburg fueron los artífices de estas pegadizas melodías, trabajo que hicieron paralelo a la creación del hoy ya clásico “Over the rainbow” (con el que obtuvieron el Oscar a la mejor canción original) perteneciente a “El Mago de Oz”.
Arlen, uno de los compositores más prolíficos del siglo XX, aprendió a tocar el piano en su infancia y llegó a formar una banda musical en su juventud. En la década de los años 20 trabajó como acompañamiento al vaudevil, para formar parte más adelante de orquestas de renombre como la de Red Nichols. Después vendrían innumerables composiciones para Broadway y la gran pantalla. Harburg, por su parte, era un exitoso escritor de canciones. Había ya trabajado en varias ocasiones con Ira Gershwin, su antiguo compañero de universidad. Y fue gracias a aquél como Harburg entró en el mundo de los musicales y consiguió un contrato en Hollywood.
La divertida “Lydia, the tattoed lady”, interpretada por Groucho en el vagón restaurante del tren, ante los regocijados miembros de la troupe, sobresale entre el resto de las canciones de esta banda sonora. Este tema apareció por primera vez en esta película de los hermanos Marx y se convirtió en una de las canciones más significativas de la carrera de Groucho.
Tal fue el éxito que obtuvo esta melodía, que podemos encontrar distintas versiones de la misma en películas hoy tan conocidas como "Historias de Filadelfia" (1940) o “El rey pescador” (1991), en series como “Mash” o en episodios de Walt Disney como “The treasure of Croesus” (entonada por el mismísimo Pato Donald).
El creativo Jim Henson tampoco pudo resistirse a incluir dicha canción en su maravilloso Muppet Show. En uno de los episodios de la serie, allá por 1976, la Rana Kermit nos canta “Lydia the tattoed lady”. Y es que esta cancion era una de las favoritas de Henson, siendo él mismo el encargado de dibujar los tatuajes de su peculiar Lydia.
Sí, geniales todas las versiones. Pero no olvidemos nunca que esta canción… es de Groucho.
El rodaje de “Una tarde en el circo” finalizó en Junio de 1939 y la película se estrenó en Octubre con los resultados previstos.
Y es que los hermanos Marx tenían ya su propio público.
LOOPHOLE: “Que se enteren los criados, que se entere todo el mundo de lo nuestro”
Un dato curioso de “Una tarde en el circo” es la colaboración, sin acreditar, de Buster Keaton. Aunque esto no llegó a hacerse público, Keaton trabajó en esta película como creador de gags. Su carrera en el cine ya había finalizado y sus gags, complejos y elaborados, no acababan de cuadrar con el tipo de humor de los hermanos Marx. Cuando Groucho le mencionó a Buster lo inapropiados que eran sus gags para ellos, Keaton respondió: “Sólo hago lo que el señor Mayer me ha dicho que haga. Vosotros, chicos, no necesitáis ayuda”.
“Una tarde en el circo” cuenta con cuatro canciones principales en su banda sonora. Harold Arlen y Yip Harburg fueron los artífices de estas pegadizas melodías, trabajo que hicieron paralelo a la creación del hoy ya clásico “Over the rainbow” (con el que obtuvieron el Oscar a la mejor canción original) perteneciente a “El Mago de Oz”.
Arlen, uno de los compositores más prolíficos del siglo XX, aprendió a tocar el piano en su infancia y llegó a formar una banda musical en su juventud. En la década de los años 20 trabajó como acompañamiento al vaudevil, para formar parte más adelante de orquestas de renombre como la de Red Nichols. Después vendrían innumerables composiciones para Broadway y la gran pantalla. Harburg, por su parte, era un exitoso escritor de canciones. Había ya trabajado en varias ocasiones con Ira Gershwin, su antiguo compañero de universidad. Y fue gracias a aquél como Harburg entró en el mundo de los musicales y consiguió un contrato en Hollywood.
La divertida “Lydia, the tattoed lady”, interpretada por Groucho en el vagón restaurante del tren, ante los regocijados miembros de la troupe, sobresale entre el resto de las canciones de esta banda sonora. Este tema apareció por primera vez en esta película de los hermanos Marx y se convirtió en una de las canciones más significativas de la carrera de Groucho.
Tal fue el éxito que obtuvo esta melodía, que podemos encontrar distintas versiones de la misma en películas hoy tan conocidas como "Historias de Filadelfia" (1940) o “El rey pescador” (1991), en series como “Mash” o en episodios de Walt Disney como “The treasure of Croesus” (entonada por el mismísimo Pato Donald).
El creativo Jim Henson tampoco pudo resistirse a incluir dicha canción en su maravilloso Muppet Show. En uno de los episodios de la serie, allá por 1976, la Rana Kermit nos canta “Lydia the tattoed lady”. Y es que esta cancion era una de las favoritas de Henson, siendo él mismo el encargado de dibujar los tatuajes de su peculiar Lydia.
Sí, geniales todas las versiones. Pero no olvidemos nunca que esta canción… es de Groucho.
El rodaje de “Una tarde en el circo” finalizó en Junio de 1939 y la película se estrenó en Octubre con los resultados previstos.
Y es que los hermanos Marx tenían ya su propio público.